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Moncalvillo y la Cueva de San Patricio. |
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“En la mayoría de las religiones la montaña,
probablemente a causa de su elevación y del misterio que las rodea, es
considerada como punto en que el cielo toca la tierra. Cada país tiene
su montaña santa, allí donde fue creado el mundo, donde habitan los
dioses, de donde viene la salvación”. (X. Léon – Dufour).
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SALUDO.
"Historias de
Moncalvillo" es la llave que abre la puerta del conocimiento a la vida,
costumbres y leyendas de nuestros pueblos. Un recorrido por la cultura, el arte y el patrimonio nos ofrece el contrapunto que necesitaba el territorio que conforman los pueblos del Moncalvillo. Desde la Mancomunidad de los Pueblos del Moncalvillo, gracias por este concienzudo trabajo de recopilación de datos que estoy segura no nos dejara indiferentes.
María Teresa Álvarez Ozcariz.
PRESENTACIÓN. Es posible que muy pocos de mi generación y posteriores sepan dónde está ni que era la Cueva de San Patricio. En nuestra infancia, cuando cada loma, cada repliegue, cada barranquito del monte tenía un nombre por el que se localizaba, era un topónimo normal. ¿Dónde te ha tocado la suerte de leña? “Encima de la Cueva de San Patricio”. ¿Dónde han denunciado a los bueyes por entrar al acotado? “Debajo de la Cueva de San Patricio”. Pero hay una circunstancia que ahora me parece rarísima. Con lo que éramos tanto mis amigos como yo, nunca me asomé a la Cueva ni creo que lo hiciesen tampoco mis amigos. La única razón que hoy encuentro para esto es que el nombre de la Cueva nos infundiese respeto. Pasados los años, estando en Hornos convaleciente, me subí al Cristo a dormir la siesta en un banco de propaganda de la Caja de Ahorros, bajo el robledal y los cuatro pinos de la Ermita, y puedo afirmar que no hay lugar en el mundo más hermoso y placentero que este. Cuando me espabilaba curioseaba por los alrededores y debió ser cuando descubrí el gran pozo de la nevera. La primera idea que se me ocurrió fue plantar dentro algunos acebos por estar orientado al Norte y tener frescura. Subí al Moncalvillo a buscar plantas y las puse donde mejor me pareció, pero cuando volví varios meses después las habían arruinado las vacas. Entonces me acordé de la Cueva de San Patricio y la busqué por los alrededores, pero no encontré ninguna cueva. Cuando bajé a casa le pregunté a mi padre: “¿Dónde está la Cueva de San Patricio?” Y él me contestó: “¿Dónde va a estar? En la ¡Nevera!”. Desde ese día, ese lujo que es la Revilla del Cristo, por su vegetación, por su fauna, incluidos por lo menos dos nidos de “águila culebrera”, su panorámica con Hornos en primer plano, por su temperatura gélida en invierno y deliciosamente fresca en verano, me produce un profundo respeto, porque cuando bajo al fondo de la nevera, tengo la sensación que el suelo se va a hundir y no voy a poder salir de la cueva. Hay dos enigmas en torno a esta construcción: Por qué se pensó en que era una cueva, y el otro, por hoy indescifrable: ¿Por qué se la asocia a San Patricio? El primero es fácil de resolver para el que conozca alguna de las neveras que aún conservan su traza original (como las de Soto de Cameros o Arnedillo), ya que cualquiera de ellas se puede confundir con una cueva. La de Hornos lo sería mucho más al estar medio oculta entre los robles y la maleza.
El otro es más difícil: ¿Cómo los vecinos de Hornos pudieron asociar la Cueva-nevera a un Santo que no tenía ningún lugar de culto en toda la zona, y, que yo sepa, ni una sola imagen en nuestras iglesias? Y si no fueron los de Hornos ¿Por qué ese que vino por aquí en un buen día, asoció todo este lugar a la figura legendaria de San Patricio? Me ha llenado de alegría saber que, con humildad aunque con gran esfuerzo, y sin grandes pretensiones alguien se arriesga a interpretar este pequeño elemento local, que recobra dimensiones grandiosas al relacionarlo con el legendario y querido Moncalvillo.
Hilario Pascual González.
Moncalvillo y la Cueva de San Patricio.
Pedro García Ruiz (Etnógrafo) ; Pilar Pascual Mayoral ( Licenciada en Filosofía y Letras, rama Historia y Geografía.); Luis Argaiz Velasco (Profesor de Fotografía, Imagen y Diseño Gráfico). ANTECEDENTES. Nuestra aportación a la dinamización de la comarca de Moncalvillo comienza en el año 2001 con una propuesta de recuperación de las ruinas del santuario de La Hermedaña (Pascual – Sepúlveda, 2004). Dos años después, dábamos a conocer el hallazgo de un grupo de neveras que asociamos en aquel momento con la Casa de Nieve que mandó construir el Concejo de la ciudad de Logroño a finales del siglo XVI (Pascual Mayoral y otros, 2005). Durante las tareas de prospección fuimos descubriendo el desolador estado de conservación en que se encontraba este interesante patrimonio, por lo que decidimos plantear al Ayuntamiento de Daroca recuperar tres neveras que conservaba visibles en su jurisdicción, la propuesta fue aceptada e incluida en el “Proyecto para la recuperación del Patrimonio del Señorío Almoravit, Daroca de Rioja”. En el momento actual trabajamos en una nueva iniciativa que parte del topónimo “Cueva de San Patricio” y estudia su relación con la leyenda del Purgatorio y su difusión en el viejo continente desde época medieval. La riqueza toponímica y geológica detectada durante la investigación y su fácil asociación a la leyenda del Purgatorio de San Patricio, invita a proyectar diferentes iniciativas de carácter turístico y cultural que han de contribuir también al desarrollo y dinamización de la comarca de Moncalvillo.
INTRODUCCIÓN.
El culto a elementos de la naturaleza en los pueblos prerromanos era recogido en un valioso texto del geógrafo Estrabón: “algunos afirman que los galaicos no tienen dioses y que los celtíberos y sus vecinos del norte < hacen sacrificios > a un dios sin nombre en las noches de luna llena delante de las puertas de las aldeas, y que con toda la familia danzan y permanecen en vela toda la noche” (Marco Simón, 2008, p. 14). Los ritos que cita Estrabón están representados en la cultura material de tradición celtibérica y los vestigios epigráficos confirman que este pueblo daba culto a “Lug”, a las “Matres” y a “Epona. Para el conocimiento de estas creencias en época romana contamos con importante información. En La Rioja fueron recuperadas dos aras votivas de interés, una dedicada al dios Tullonius, cuyo culto asimila el cristianismo tras la construcción del monasterio de Nuestra Señora de Toloño; la otra dedicada al dios Dercetius descubierta en las proximidades del monte San Lorenzo (fig.1). El ara de Dercetius se cita por primera vez en el siglo XIX y a lo largo del siglo XX es estudiada por prestigiosos especialistas, así la interpretaba el profesor Marco Simón: “se trata de la dedicatoria a una deidad solar asentada en una montaña, Dercetius: El Visible o El que todo lo Ve” (1995, p. 79). En el ámbito de las creencias religiosas resulta llamativo también el fenómeno de la muerte y los ritos funerarios. El hombre siente interés por honrar a sus difuntos y por mantenerse en contacto con ellos desde la remota Prehistoria, en el entorno de Moncalvillo son ejemplo de ello los dólmenes de Peña Guerra (Nalda), Collado Palomero (Viguera) y Collado Mayo (Trevijano). Para los celtíberos la muerte no es un aniquilamiento total. Según Silo Itálico “morir en el combate es honroso para ellos y quemar el cuerpo de los guerreros impío. Creen que si los buitres hambrientos se comen los cadáveres abandonados en el campo de batalla, los llevan al cielo y a los dioses” (Pascual González, 2000, p. 113). En el mundo clásico la creencia en la otra vida la atestigua el rito del barquero. Los griegos colocaban una moneda en la boca del difunto que debía “entregar” a Caronte, el barquero del Hades encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos de un lado a otro del río Aqueronte (fig.2).
Esta tradición funeraria es asimilada por Roma y se extiende por todo el Imperio. En Sorzano, en el cerro Peña Moya situado sobre el Barranco de los Infiernos, fueron destruidas varias sepulturas durante la construcción de un camino forestal y en una de ellas, bajo la mandíbula del difunto, apareció una moneda del siglo IV dedicada al emperador Valentiniano II (Remírez Aranzadi, 1992, p.7) (fig.3).
Las corrientes cristianas del norte de África y de la Galia penetran en Hispania y alcanzan el territorio actual de La Rioja. El martirio de los Santos Emeterio y Celedonio en Calahorra, confirma la presencia del cristianismo en el Valle del Ebro para el siglo III y su difícil convivencia con los viejos cultos paganos. En el año 693, durante el Concilio XVI de Toledo, el rey Egica hablaba a los obispos de las calamidades y males que azotaban cada día a la Tierra, y les “invitaba” a cumplir con sus obligaciones: “que repriman la idolatría y los cultos paganos bajo sanción a los mismos obispos, si fuesen indulgentes y tolerantes con los adoradores de ídolos”, les decía (Sainz Ripa, 1994, p.124). Pero las viejas creencias no desaparecen de la noche a la mañana. En Manjarrés, municipio situado en la cara oeste de Moncalvillo, siguen celebrando durante mucho tiempo cultos y rituales mágicos en un prado situado al suroeste del pueblo, -autentico “nemetón”- por estar rodeado de enormes robles (Pascual González, 2.000, p.112). Los ritos paganos perviven también a la literatura del siglo XIII. En el descenso al infierno, Dante Alighieri relata de este modo el saludo que le brinda el barquero Caronte: ¡Ay de vosotras, almas perversas! ¡No esperéis ver el cielo jamás! Vengo para conduciros a la otra orilla, a las tinieblas eternas, al fuego y al hielo! (González Ruiz 2005, p.20). Sin la correspondiente prueba arqueológica o documental no podemos asegurar la existencia de manifestaciones religiosas tan antiguas asociadas a Moncalvillo, pero tenemos la sensación de que ese aspecto de “volcán” que le aporta el Barranco del Colorao pudo generar más de una leyenda en las gentes del mundo antiguo y medieval. Sabemos que volcanes, junto con grutas y pozos, eran los candidatos predilectos a convertirse en lugares de castigo y en puertas del Infierno o del Purgatorio. Ya en la Antigüedad, se creía que Júpiter enterró al gigante Tifeo en lo más profundo del volcán Etna. Las entradas al Infierno son “descubiertas” en Sicilia por el Papa Gregorio Magno y en este mismo siglo Julián de Vézélay afirma que se llama “étnicos” a quienes arden en el Infierno (J. Muela, 2002, p. 23). Estas arraigadas creencias perduran en el tiempo y en la Baja Edad Media se elige al misterioso Etna en escenario idóneo para la leyenda siciliana de la Cueva de San Patricio (Alonso Navarro, 2011). Pues bien, en este contexto de montañas misteriosas y creencias en el Más Allá situamos el origen del topónimo Cueva de San Patricio, que encontramos asociado a la nevera urbana de Hornos de Moncalvillo. LA TOPONIMIA COMO PUNTO DE PARTIDA. Mucho antes de que la ciencia inventase el sistema de posicionamiento global (GPS) era la toponimia un infalible localizador para la gente de nuestros pueblos, gracias a que los nombres de los términos formaban un mapa perfecto de la jurisdicción y mucho más preciso de lo que pueda pensarse. A partir de la mecanización del mundo rural muchas de aquellas voces quedaron absorbidas por los topónimos mayores, desapareciendo a su vez una parte importante de la historia local. Este extraordinario legado que integra el Patrimonio Inmaterial Cultural, lo describía de este modo el lingüista Manuel Albar: “la toponimia es una inmensa cantera silenciosa, a la que acudirán los operarios para extraer de ella la mena que está oculta” (G. Blanco, 1987, p. 35). Cuando descubrimos que la nevera de Hornos de Moncalvillo era conocida antiguamente como la “Cueva de San Patricio” (Pascual González, 2010, p. 55), seguimos los consejos de Manuel Albar y descendimos al fondo de la “mina” y descubrimos que era el único topónimo conocido en La Rioja con relación al Santo. Una vez rescatada esta sugerente voz dirigimos los pasos al Archivo Diocesano, donde también nos confirmaron que no existía ninguna imagen de San Patricio en las iglesias de la Diócesis riojana. Era evidente que debíamos tomar otros caminos, así que orientamos la investigación hacia las fuentes bibliográficas, siguiendo las pautas que mostramos en el capítulo siguiente. ALGUNAS OBRAS DE INTERÉS. No vamos a presentar aquí una exhaustiva historia de las investigaciones, pero sí aquellas obras que ayuden a comprender mejor la historia legendaria del Purgatorio de San Patricio y su presencia en la comarca de Moncalvillo. Parece que los primeros testimonios escritos se encuentran en la obra Tractatus de Purgatorio Sancti Pastricii, escrita por el monje cisterciense Henry de Saltrey, hacia el año 1180 (Alonso Navarro, 2011). Saltrey amplía la obra con el relato de un caballero irlandés llamado Owein, que penetra en una cueva que le llevará al Purgatorio de San Patricio para purificar los pecados cometidos a lo largo de su vida (Rodríguez Temperley, 2004). Según Temperley, el Tractatus es traducido a varias lenguas europeas y en el caso de España al leonés y el catalán entre los siglos XIII al XIV. La primera versión española se encuentra en un manuscrito de la catedral de Toledo de comienzos del siglo XIV. Tras un largo periodo de silencio y prohibiciones la leyenda del Purgatorio es rescatada por autores del Siglo de Oro, inspirados en la novela “Vida y purgatorio de San Patricio” que publica Manuel Pérez Montalbán en el año 1627. Lope de Vega escribe en este mismo tiempo “El mayor prodigio y el purgatorio en vida”, y diez años después Calderón adapta al teatro la novela de Montalbán bajo el título “El purgatorio de San Patricio”, con gran popularidad tras innumerables representaciones. En este proceso divulgativo tienen un relevante papel El viaje de San Borondón de Benedeit y El Purgatorio de San Patricio de María de Francia, traducidas al castellano por J. Muela en el año 2002. No vamos a profundizar en asuntos teológicos pero sí acercarnos a la mentalidad con que se plantean los misteriosos viajes al Más Allá en época medieval, de la mano de Benito Jerónimo Freijoo. Y señalar en último lugar que los datos biográficos proceden de la novela histórica “Una leyenda celta: historia de San Patricio de Irlanda”, escrita por Juliane Osborne – Mckinght y traducida al castellano por María Beneyto en el año 2000. BREVE HISTORIA DE SAN PATRICIO. Magonus Succatus Patricius nació en la Bretaña francesa en el año 380. El panorama en aquellas tierras no era muy diferente al que rodeaba a las gentes que habitaban en Hispania, dos territorios donde ejercía su poder una perezosa aristocracia a las puertas del hundimiento del Imperio Romano. La estructura territorial también era similar, grandes calzadas comunicaban Hispania y la Galia con Roma y a lo largo de ellas un universo de ciudades y asentamientos rurales tipo villa. Patricius nació en una de aquellas villas romanas. Era hijo de Calpvrnivs, un decurión romano, y nieto de Potitus, sacerdote de la Iglesia cristiana. Esta villa familiar estaba situada en el interior de la actual Bretaña francesa y era descrita por Patricio como “la más grande de todas, con suelo de mármol y cortinas de seda”. Además, sus padres eran propietarios de una casa próxima al mar que solían habitar con cierta frecuencia. Estando en esta casa de la costa vio acercarse una flotilla de barcos tripulada por piratas irlandeses dispuestos a secuestrar a las gentes de aquellas tierras para venderlas como esclavos. Patricio fue uno de los secuestrados. Los piratas lo llevaron a Irlanda donde sería comprado por un terrateniente llamado Miliuc (fig.4).
Con tan solo dieciséis años tuvo que soportar un duro cautiverio, trabajando por el día como pastor y compartiendo un cobertizo por la noche con los perros del déspota Miluic. Soportó durante seis años aquel denigrante trabajo, pero un buen día decidió abandonar el rebaño que le habían asignado y escapar. Un barco con rumbo a Bretaña lo acercó a la costa francesa y regresó con su familia a la villa del interior. Pero el reencuentro no fue muy prolongado, Patricio dejó a su familia, se formó como sacerdote, probablemente en la región de Tours, y regresó a Irlanda a predicar el Evangelio. LA EVANGELIZACIÓN DE IRLANDA. Cada vez que nuestro Santo decidía volver a Irlanda recordaba los años de esclavitud bajo el tirano Miluic, eran recuerdos amargos que le impedían regresar, pero al fin decidió embarcarse animado por la jerarquía de la Iglesia. Durante el primer año construyó un monasterio donde vivió junto a otros hermanos de origen irlandés. Un buen día se presentó ante ellos Osián, un bardo celta conocedor de las historias legendarias de los guerreros fenians. Los relatos de Osián sobre druidas y guerreros carecían de interés para Patricio, pero el viejo bardo insistía convencido de que pronto surgiría un cambio de actitud. En una ocasión recitó la profecía de los druidas sobre la llegada del Predicador: “Llegará de una isla de oriente, el Predicador, el que viste de marrón. Con el báculo inclinado y la mesa encarada hacia el este, dispondrá un nuevo banquete destinado a un dios desconocido en nuestros tiempos. Derribará a nuestros dioses, destruirá nuestros altares. Desde su altar cantará. El pueblo le contestará: así será para siempre”. La “Leyenda Celta” recrea los principales viajes de San Patricio por tierras irlandesas. En una de sus expediciones llegó a la ciudad de Tara cuando celebraban la Fiesta del Samhain, con la que comenzaba el periodo de la oscuridad, con sus cortos días y sus largas y frías noches. Las fiestas celtas duraban varios días y en ellas celebraban grandes bailes y banquetes. Los bardos contaban sus historias y no faltaban carreras pedestres y de carros y las tradicionales ceremonias sagradas. Durante la fiesta del Samhain las gentes de Tara alimentaban sus hogueras hasta el cuarto día y las dejaban apagar a la espera de que los druidas encendiesen la gran hoguera, representativa del año nuevo. Informado Leoghaire de la llegada de Patricio ordenó que le trajeran al gran salón de la fortaleza. Allí le esperaba el rey de todos los reyes de Irlanda, junto a su esposa y sus hijas Ethni y Fedelm. Nuestro Santo portaba un ramillete de trébol en su mano, especie muy abundante en los campos irlandeses, y mientras esperaban en silencio notó que los mustios tréboles alzaban sus corolas lo que le hizo exclamar: “Gran rey de Irlanda, no temas a mi Dios pues sus cambios serán beneficiosos y apacibles, como estos tallos verdes que tengo en la mano. Tus campos rebosan de estos verdes tréboles. Mira cómo repiten el nombre de mi Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo crecen en un mismo tallo, tres en una verde flor que mi Dios sembró en todos los campos de esta tierra, tres cómo el número sagrado de Irlanda”. Leoghaire estaba a punto de estallar, cuando a sus espaldas se levantó un invitado al que consideraba su mano derecha. Vestía túnica con los seis colores de los poetas y se dirigió a San Patricio diciendo: soy Dubtach, maestro poeta del rey y quiero ser bautizado en nombre del Esperado. A continuación, se levantaron los druidas Mal y Coplait apoyados en sus bastones de serbal y las dos hijas del rey, solicitando todos ellos el bautismo. Desbordado ante semejante situación, el monarca permitió que San Patricio predicara en toda la isla. La novela recrea también la visita a Foclut y su reencuentro con las gentes de la aldea. Patricio no podía olvidar los seis años bajo el yugo de Miluic, aunque recordaba con agrado la hospitalidad de aquellas gentes que le dieron de comer cuando Miluic le negaba el alimento. Aquí en Foclut serían bautizados unos cuantos paganos. Desde esta aldea partieron hacia la peña de Cashel donde se elevaba la fortaleza del rey Angus de Munster. A su llegada todo fue diferente. El rey Angus sorprendió a Patricio al informarle de que tenía noticias de los “Hermanos de Cristo” y que sus súbditos esperaban recibir el bautismo. Patricio y sus hermanos fueron agasajados con un banquete y los bardos cantaron en su honor el poema “Druidas errantes de Cristo”.
Junto a estas expediciones la tradición irlandesa conserva también el recuerdo de otros sucesos, como la destrucción del ídolo celta del Crom Cruach o el gran socavón que con su báculo abre en el suelo el Santo para mostrar a los incrédulos irlandeses los tormentos de los condenados y las penas de la otra vida. Y alcanza gran difusión el milagro de la expulsión de las serpientes de Irlanda (fig.5). La fama de San Patricio se extiende por el viejo continente. Un manuscrito toscano del siglo XIV relata otro peculiar milagro que nos recuerda el del gallo que cantó después de asado en Santo Domingo de la Calzada: Comenta este manuscrito que ante la denuncia del robo de una oveja a un pastor irlandés, el jefe de la aldea ordenó a San Patricio averiguar quién era el ladrón. Patricio visitó uno a uno a los vecinos pero nadie confesó. Al día siguiente, aprovechando la celebración de una fiesta religiosa, pidió una señal a Dios y al momento baló la oveja dentro del estómago del ladrón (Vázquez de Parga, 2008).
LA LEYENDA DE LA CUEVA DE SAN PATRICIO. M. Rodríguez Temperley comenta que San Patricio en su intento por convertir a los incrédulos irlandeses, pidió al Señor una prueba de la existencia de lugares de premio y castigo eternos. Jesucristo le mostró la entrada a una cueva, que la tradición ubica al norte de Irlanda, en el Lough Derg o Lago Rojo, en Station Island, donde se podían observar los sufrimientos de los pecadores y la dicha de los justos en su paso al Más Allá. San Patricio construye un monasterio en este lugar y ordena cerrar la puerta de acceso a la Cueva para que nadie entre en ella sin someterse a una serie de pruebas disuasorias (fig.7).
El interior de la Cueva se describe en varias publicaciones pero de todas ellas hemos seleccionado algunos textos de Jerónimo Freijoo (Los textos entrecomillados los tomamos de la obra Teatro Crítico Universal de Benito Jerónimo Freijoo.) El protagonista es un soldado llamado Oeno y entra en la Cueva para purgar los pecados cometidos a lo largo de su militancia bajo las banderas del rey de Inglaterra. Hacia el año 1153 Oeno regresa a Irlanda y tras confesar al Obispo de la Diócesis sus horribles delitos le pide como penitencia entrar en la Cueva San Patricio, solicitud que es aceptada tras múltiples impedimentos (fig.8)
Ya en el interior, “empezó a caminar hasta meterse en una gran oscuridad. Prosiguió constante, y al lograr algo de luz se halló en un dilatado campo, donde salieron a su encuentro quince Varones vestidos de blanco, de los cuales uno le previno, que luego que él y sus compañeros se apartasen de allí, se vería en poder de los demonios, los cuales con amenazas, y tormentos procurarían moverle a que retrocediendo saliese de la Cueva; pero que si quisiese ejecutarlo en poder de los demonios quedaría para siempre: así toda su dicha consistía en proseguir, por más espantos que viese, o tormentos padeciese”. “Los quince Varones se despidieron y al momento se vio cercado de demonios, que al principio tentaron con halagos, mezclados con amenazas, a persuadirle que se volviese”. “Viéndole constante, sucesivamente le fueron conduciendo por varios sitios donde estaban padeciendo horribles tormentos innumerables hombres y mujeres: voraces llamas, crueles azotes, garfios ardientes, que despedazaban los cuerpos, serpientes, dragones, sapos que roían las entrañas, y otras penas semejantes, fue cuanto presentaron a su vista, y que en parte hicieron padecer, aunque muy transitoriamente”. “Al fin, después de pasar por indecibles angustias, llegó la mayor de todas, que fue el tránsito de un puente larguísimo, altísimo, estrechísimo, y sobre esto sumamente resbaladizo, colocado sobre un anchuroso profundo río de azufre y plomo derretido, cuyos peces eran serpientes, y dragones, y cuyos vapores eran hediondas espesas nieblas. Además, gran multitud de demonios le esperaban con arpones encendidos, para disparárselos, luego que le viesen sobre el puente”. “Oeno consiguió superar todas las dificultades invocando a Dios y al final de la Cueva, desaparecidos ya los horrores, tormentos y demonios, apareció una bien ordenada procesión de devotísima gente de todos los estados, bellamente adornada”. “Traían en las manos ricas cruces, preciosos estandartes, y ramas de oro, y condujeron a Oeno a un sitio de incomparable amenidad, y hermosura”. Oeno sale de la Cueva libre de pecado. LA CUEVA DE SAN PATRICIO DE HORNOS. Los vecinos de Hornos desconocen el origen del topónimo Cueva de San Patricio y porque está asociado a su nevera. La información la aporta Hilario Pascual González, a quien su padre le contaba que era el nombre popular de la nevera municipal (2010, p. 55) (fig.9).
Tampoco recuerdan que hayan existido cuevas en el entorno de la nevera, así que intentaremos encontrar una explicación a la presencia de este topónimo en esta zona de La Rioja a través de la bibliografía. Pérez Montalbán sitúa la Cueva de San Patricio en un paraje cuya descripción puede servir como punto de partida: “Por un lado de la Isla se ve guarnecida de fieras, pinares, encinas y montañas, donde en lugar de agua llueve nieve y granizo. Por la parte de abajo, un Valle tan deleitoso, ameno, llano y apacible, que parece que la naturaleza, de puro opuestos, los hizo adrede para enamorar con la consonancia de los extremos, o despreciar con la hermosura del Valle lo rígido y desaliñado del Monte” (1735, p. 41). Este paisaje que describe Montalbán es muy parecido al que rodea a la nevera de Hornos de Moncalvillo, por el sur se eleva majestuoso el Moncalvillo y al norte se abre el inmenso valle del Ebro. GEOLOGÍA Y POBLACIÓN PERIFÉRICA. Moncalvillo presenta una serie de particularidades geológicas que difícilmente pasaron desapercibidas a los habitantes de los pueblos y ciudades medievales de su entorno (fig.10).
Cara norte de Moncalvillo. En la cara norte de Moncalvillo existe una gran erosión natural que las gentes de la zona conocen como el Barranco del Colorao. Este profundo barranco se divisa desde amplias zonas de La Rioja, Álava y Navarra y sus rojas zahorras evocan el milagro más difundido de cuantos realizó San Patricio en Irlanda. Así lo relataba Jerónimo Feijoo: “Viendo San Patricio muy obstinados a los irlandeses, hizo con su báculo un círculo en la tierra y al punto se hundió toda la que estaba comprendida dentro del círculo, abriéndose una profundidad horrenda, por donde el Santo los amenazó bajarían, sino se convertían, precipitados al abismo” (fig.11).
El Barranco del Colorao asoma al territorio de las Siete Villas de Campo, citadas a mediados del siglo XI a raíz de una donación de la reina Estefanía (G. Blanco y G. Pascual, 1983, p.101). Según este documento, las Siete Villas de Campo eran Hornos, Medrano, Entrena, Fuenmayor, Corcuetos, Velilla de Rad y Tormenal, y Sojuela por la reina Estefanía desde el siglo XI. La villa de Velilla fue absorbida por Entrena; Tormenal por Fuenmayor y a finales del siglo XII los pobladitos de Corcuetos se integran en Navarrete, tras su fundación en el cerro Tedeón. Las Siete Villas de Campo mantuvieron buena relación con los señores del castillo de Daroca, situado a los pies de Moncalvillo. En el siglo XIV este enclave es propiedad de Teresa de Almoravit y en 1337 Alfonso XI ordena su demolición (fig.12).
Cara este de Moncalvillo. Las estribaciones de Moncalvillo se extienden por su lado este hasta el río Iregua. Durante el largo proceso que duró el encajamiento del río en el cauce actual, las fuertes corrientes fluviales fueron erosionando los potentes conglomerados que las forman abriendo profundos barrancos que sobrepasan en ocasiones los cincuenta metros de altura. Estos enormes paredones presentan tonos rojizos, como vimos en el Barranco del Colorao, que le aportan las arcillas que los cementan (fig.13 y 14).
La tradición oral conserva una interesante toponimia asociada a esta peculiar geología. Senda Traidora señala un paso estrecho y peligroso sobre el Barranco de los Infiernos, que evoca aquel puente estrecho del Purgatorio sobre el Río del Infierno. El paraje en cuestión se localiza en la zona media del Iregua, de gran vitalidad desde la alta Edad Media. Desde el castillo de Viguera alternaron el control del territorio árabes y cristianos hasta que es reconquistado definitivamente en el año 923 por Ordoño II y Sancho Garcés I. A partir del siglo XIV cobran protagonismo en esta zona los Ramírez de Arellano y levantan su castillo sobre el actual pueblo de Nalda. Cara oeste de Moncalvillo. Moncalvillo vierte las aguas al Yalde por su lado oeste. También en esta cara del monte existen algunos barrancos de interés y muy especialmente el denominado Barranco del Infierno, en el que se produce un llamativo salto de agua al que asoma el Balcón de Pilatos. La ciudad medieval más importante de esta zona fue Nájera, cuyo castillo es reconquistado también en el año 923, junto al enclave de Viguera. EL CAMINO DE SANTIAGO Y MONCALVILLO El territorio de las Siete Villas de Campo es una zona de gran tradición viaria. En la Antigüedad era atravesado por la vía romana “de Italia in Hispanias” (Roldán Hervás, 1975, p. 35 – 40) y en época medieval reutiliza algunos tramos el Camino de Santiago (fig.15). Los peregrinos entraban a La Rioja por Logroño siguiendo el Camino de Santiago Francés y desde Alfaro por el Camino Jacobeo del Ebro. A la salida de Logroño quedaban unificadas ambas rutas y diez kilómetros después alcanzaban la villa de Navarrete, tras visitar la iglesia - hospital de San Juan de Acre (fig.16).
Navarrete fue durante siglos un importante núcleo de hospitalidad. La Iglesia – Hospital de San Juan de Acre la funda Dª. María Ramírez hacia el año 1180 y poco tiempo después surgen otros hospitales al calor de la nueva villa (Pascual Mayoral, 1991, p. 275 – 8). Atrás ya los dos enclaves medievales, el Camino de Santiago sirve de límite jurisdiccional de Hornos de Moncalvillo y Navarrete. El viajero atraviesa ahora un bello paraje de viñedo y divisa ya muy cerca el peculiar Barranco del Colorao. En este contexto de peregrinación nos parece oportuno recordar un texto de la novela de Pérez Montalbán: “En medio de este deleite y de esta aspereza, hay un Monasterio de Canónigos Regulares, de la Orden del Glorioso Padre San Agustín, en el que se administran los Sacramentos a todos los Pueblos y vecinos comarcanos, que sirve de hospicio general para los peregrinos y pasajeros que llegan para entrar en la Cueva de San Patricio” . MONASTERIOS PRÓXIMOS A MONCALVILLO.
Es difícil entender la evangelización de La Rioja sin los monasterios medievales. En la periferia de Moncalvillo se encontraban dos de los más importantes de La Rioja, el monasterio de San Martín de Albelda, fundado en el siglo X tras la conquista del castillo de Viguera, y el de Santa María la Real de Nájera que funda el rey García Sánchez III, en el año 1042 (fig.17). Además, aunque con un peso menor, se fundan los monasterios de San Agustín y San Antonio en jurisdicción de Nalda y los de Santa Coloma y San Julián de Sojuela dependientes de Santa María la Real de Nájera.
NUESTRA INTERPRETACIÓN. Una vez revisados los episodios más relevantes de la vida de San Patricio y haber situado los principales centros de poder civil y religioso de la comarca de Moncalvillo sobre la cartografía actual, pasamos a comentar nuestra interpretación de lo aquí tratado. Si el Tractatus del Purgatorio Sancti Pastricii, escrito por el monje cisterciense Henry de Saltrey consigue una rápida difusión para el siglo XII, es lógico pensar que la esencia teológica de este documento circuló por los “mil monasterios y granjas que la Orden del Cister tenía distribuidos por el viejo continente, desde las regiones escandinavas y las frías regiones polacas hasta España y desde las Islas Británicas hasta la Isla de Sicilia” (R. de Pascual, 2008, p.31). La Orden del Cister contaba para entonces con una presencia relevante en la periferia de La Rioja. En la frontera con Navarra se encontraba al este el monasterio de Fitero, y al norte los de Iranzu, La Oliva y Leire. Y ya en territorio riojano, fundan los cistercienses un monasterio en Cañas y la granja de La Noguera en Tudelilla. Conviene recordar también que San Bernardo de Claraval, pieza clave en la expansión cisterciense, era amigo de San Malaquías que hacia el año 1140 introdujo a los agustinos en Irlanda como “guardianes” de un convento situado en Station Island, junto al Purgatorio de San Patricio (Julián Muela, 2002, p. 176). Y que en el año 1632, estos frailes agustinos pasan la custodia del convento a la Orden de San Francisco (Alonso Navarro, 2010). Parece evidente que una presencia tan prolongada de agustinos y franciscanos junto a la Cueva de San Patricio irlandesa, favoreció la difusión de la leyenda del Purgatorio y que aquellos ecos sonaron probablemente en el Monasterio de San Agustín y el Convento franciscano de San Antonio, situados ambos en jurisdicción de Nalda, próximos al Barranco de los Infiernos. La Iglesia Católica fue también protagonista en la difusión de la leyenda, ya que mantuvo incorporado el Oficio de San Patricio en el Misal Romano hasta el siglo XVI, que se agudizan las luchas de católicos y protestantes (R. Temperley). En el Concilio de Trento es abolida la leyenda del Purgatorio de San Patricio y el Papa Alejandro VI decreta la destrucción del santuario irlandés, pero el arraigo de la tradición en las capas populares hace pervivir las peregrinaciones hasta el momento actual. Estas prohibiciones de la Iglesia se hacen notar como es lógico en España, pero los escritores del Siglo de Oro rescatan la leyenda. La novela de Montalbán inspira en el siglo XVII a Lope y Calderón y sus comedias son representadas en los principales teatros españoles. A pesar de los abundantes datos que aquí aportamos, no podemos precisar quién fue exactamente el que introdujo la leyenda del Purgatorio de San Patricio en la comarca de Moncalvillo, pero estamos convencidos de que la leyenda aparece aquí y no en otro punto de La Rioja por las particularidades geológicas de este macizo montañoso a las que venimos haciendo referencia. Sus profundos y rojos barrancos se ofrecían como un retablo natural que permitía entender fácilmente los misterios del Purgatorio, dejando como recuerdo los sugerentes topónimos que hemos utilizado en este trabajo: El Barranco del Infierno, Las Tinieblas o El Barranco de los Infiernos. De todas estas grutas merece especial atención el Barranco del Colorao cuyas dimensiones, color y profundidad, visibles desde amplias zonas de La Rioja, Álava y Navarra, continúan evocando hoy aquel “hoyo profundo por donde bajarían los pecadores sino se convertían, precipitados al abismo”. CLAVES PARA UN PROYECTO. La recuperación de un bien patrimonial, sea este de carácter material o inmaterial, es siempre una buena noticia y el caso del topónimo Cueva de San Patricio no es una excepción. La figura de San Patricio alcanzó gran difusión en Europa a partir de la Edad Media y su fiesta continúa vigente en buen número de ciudades europeas y del continente americano. El Desfile del Día de San Patricio en la ciudad de Nueva York, por ejemplo, es presenciado cada año por más de dos millones de personas. Pero no es un calendario festivo lo que pretendemos mostrar aquí, sino una reflexión sobre la importancia de esta tradición y su posible aprovechamiento con fines culturales y turísticos en la comarca de Moncalvillo. Para poner en marcha cualquier iniciativa es imprescindible conocer la historia de San Patricio, lo cual esperamos haber solucionado con este primer número de Historias de Moncalvillo. Pero claro, desde el punto de vista práctico las cosas son más complicadas. Una intervención sencilla y económicamente no muy cara podría consistir en acondicionar varios observatorios que permitan contemplar los barrancos de las tres vertientes de Moncalvillo y colocar junto a ellos una serie de paneles informativos que recuerden al visitante a los escritores del Siglo de Oro. Proponemos un “paseo” hacia el Barranco del Colorao: Desde Hornos de Moncalvillo paseamos tranquilamente hasta la ermita del Santo Cristo y ascendemos a su nevera urbana, conocida antiguamente como la Cueva de San Patricio. Junto a la nevera “encontramos” un panel informativo con un texto de Calderón de la Barca que relata el momento que Ludovico Enio encuentra una casa en llamas durante su tránsito por el Purgatorio de San Patricio:
“Esta me dijeron es la quinta de los deleites, Continuamos el “paseo” por el pastizal de Hornos y, tras atravesar las instalaciones de la empresa Campo Activo, alcanzamos una zona de recreo acondicionada por el Ayuntamiento de Daroca, junto a la ermita de San Lorenzo. En este bello lugar, “existe” un segundo panel con el texto que describe Calderón el momento que Ludovico abandona la casa en llamas:
“Salí de
aquí, y me llevaron a una montaña eminente, Pero claro, en este tipo de eventos no pueden faltar iniciativas de carácter festivo. Una fiesta campestre evocaría la fiesta celta del Sahmain o del Beltaine y quizás aquellas noches que los celtíberos danzaban bajo la luna llena delante de las puertas de sus aldeas. Para organizar este tipo de fiestas existen varios lugares adecuados en el terreno de la Mancomunidad. El pastizal de Hornos de Moncalvillo entorno al CAMPO-de batalla-ACTIVO es uno de los recomendables y también la zona acondicionada por el Ayuntamiento de Daroca, junto a la ermita de San Lorenzo, ya que ambos parajes cuentan con grandes espacios abiertos y permiten contemplar durante la fiesta el Barranco del Colorao. Este tipo de festejos populares permiten incorporar otras muchas iniciativas, desde la recreación del modo de vida de nuestros antepasados, organizando mercados, banquetes o disfraces de época, a exposiciones al aire libre de la ganadería tradicional de Moncalvillo. La verdad es que podríamos seguir hablando de otras iniciativas relacionadas con el Barranco de los Infiernos de la vertiente del Iregua o del Barranco del Infierno que asoma a la cuenca del Najerilla, pero como diría Osián, aquel viejo bardo que convivió en Irlanda con San Patricio, a principios del siglo V: ¡Eso es otra historia!.
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